martes, 23 de septiembre de 2014

LIII.- TOSCA.




En mi casa había una perrita dálmata que se llamaba Tosca y que yo le regalé a hijo,  tenía un ojo negro y otro azul.. No pudo llegar a los 101 porque se murió antes, pero trajo 25 cachorros, en tres camadas, que se fueron llevando mis amigos, excepto uno que fue para mi hija...
Tosca murió por una obstrucción  intestinal que no fue diagnosticada a tiempo y aunque su veterinario habitual la operó para extraer finalmente el objeto extraño que acusaban los rayos X y que resultó ser un caramelo que se había tragado con papel y todo, no sobrevivió a la operación y un disgusto morrocotudo se abatió sobre la familia.
La amortajé como pude pero con esmero y fue incinerada en el Matadero Municipal de Cartagena pero después de abrir la mortaja y demostrar que se trataba efectivamente de un perro.

La echamos mucho de menos cuando murió porque era muy cariñosa, cuidaba la casa y mi mujer sabía que yo llegaba antes de que mi coche doblara la esquina, porque Tosca se ponía muy nerviosa y corría de un lado para otro. Yo la eché más de menos que nadie porque parecía ser la que más se regocijaba de mi llegada a casa saltando para lamerme la cara, cosa que nadie más hacía y desde luego era la única que movía el rabo alegremente al verme.

Tenía un oído que a mi me parecía excepcional  que descubrí en las proximidades de una autopista. Tosca escuchaba pegando la oreja al suelo y aproximadamente diez minutos después pasaba un camión...

Aquel dálmata y otro de mi hija, fueron los  últimos perros  de mi casa después de un bobtail, regalo de mi abuelo allá por 1935, un pastor  alemán que tuve que regalarle a un amigo cuando me marché a Guinea,  y un pointer que desapareció un día y nunca más se supo de él. 


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