sábado, 29 de diciembre de 2012

XX.- Uno.- Las batallitas de abuelo.

Estaba yo esta mañana tomando un café, con galletita porque ya no quedaban churros, y tomando notas para una nueva entrada en EL CAMARON, sentado tranquilamente en la Alhambra de Ferrol,  que es una cafetería sita en la Calle Dolores (no la de Granada), cuando caí en la cuenta de que estaba tiritando de frío porque la puerta de la calle estaba abierta a mis espaldas, doblemente a mis espaldas, primero porque la tenía detrás y segundo porque nadie había pedido permiso para dejarla abierta, mientras que fuera llovía y hacía un birujillo desagradablemente frío y húmedo. Así hasta tres veces; entonces le dije a la camarera con cierta ironía - Vais a tener que poner un resorte que  cierre la puerta automáticamente- entonces la camarera se dio por aludida y me contestó que la dejaba abierta - porque tenia clientes fuera -  ¿Y  los que estamos dentro qué ?- dije yo. La camarera se encogió de hombros como diciendo ¡Y a mi que!.
Recogí mis bártulos, le pague sin darle la propina de siempre en venganza por la contestación, en venganza por no guardarme churros, y en venganza porque fuera solo había un cliente, fumador empedernido, pero diciéndome a  mi mismo que la propina denigra a quien la recibe... Y me fui a La Hacienda, otra cafetería próxima que además de calefacción y de puerta automática, siempre son amables y siempre tienen churros.
Cuando me fuí de La Hacienda pensaba yo que en Francia es obligatoria la propina.
Perdí la concentración y dejé lo de las notas para otro momento. Van a versar sobre batallitas de abuelo. 

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