domingo, 16 de noviembre de 2014

XCVIII.- Historias de Amores.

Tengo la sensación de que las historias de Amor que voy a contar aquí, basadas en  hechos reales como la vida misma, que ocurrieron cerca de mí  hacia la mitad del siglo XX, ya no deben tener gran interés hoy en el siglo XXI, pero, a pesar de ello, voy a contarlas porque tengo una esperanza.
Aunque  el Amor entre un hombre y una mujer es igual o parecido desde hace siglos, cuanto más atrás en el tiempo rebusco historias de Amor y de celos, porque los celos son muchas veces los indeseables compañeros del Amor, más romántico el Amor que encuentro se me antoja, y cuanto más adelante en el calendario perpetuo busco, y ya en nuestros días, lo que encuentro del Amor, parece ser una función propia del hígado, más que del alma,  un fenómeno químico cada vez más acusado que un sentimiento; ya nadie muere en un intento de amor eterno como Romeo Montesco  y Julieta Capuleto, o los amantes de Teruel, Juan Diego e Isabel, tonta ella y tonto él, aunque hoy sigue siendo posible morir de amor; sin embargo quiero creer que las historias de amor de hoy no parecen románticas porque ya casi no se escriben versos ni cartas gritando por el Amor de una mujer y porque poner "tq"  en un Watsapp tiene menos fuerza que decir "te quiero" en una carta y se me antoja que además es menos duradero; sin embargo el sentimiento de Amor creo que puede ser hoy tan intenso como hace un siglo, o más. Ya nadie nos cuenta porqué mueren las desdémonas de hoy, simplemente pasan a engordar la estadística de la violencia de género y ni siquiera sabemos de todas ellas cuantas mueren por culpa del drama de Otelo ni si verdaderamente hubo otelos celosos  que las llevaron a la muerte o eran más bien unos asesinos esquizofrénicos y paranoicos.
Tengo la esperanza de que los celos abandonen el Amor y que el Amor verdadero  vuelva a ser leído siempre en un paquete de cartas que queda, en unión de una flor seca, atados con un lazo satinado de color rojo. Para releerlas juntos a la vejez... porque sin cartas el Amor se extingue casi siempre aunque un hondo cariño perdure, o para que los nietos sepan cuanto Amor había en sus abuelos.   

Carlos y Enrique eran dos amigos entrañables, guardiamarinas distinguidos, que salían siempre juntos a pasarlo bien bailando los fines de semana, entre Marín, Pontevedra y Vigo, después de estar encerrados en la Escuela Naval Militar de lunes a viernes, durante los cursos, y que pasaban los veranos en la Comarca de Ferrolterra, de Romería en Romería para bailar desde por la mañana en el atrio de la Capilla, hasta la noche,  vestidos de "incógnito" es decir sin el uniforme, pero de pantalón blanco y jersey azul, inconfundibles por identificables,  para cualquier observador medianamente avisado.
Carlos tenía un Amor Platónico en Ferrol, que se llamaba Ana y que era una empollona del Instituto de Enseñanza Media, Matrícula de Honor para más señas, que se pasaba más tiempo estudiando que bailando, cosa esta última que no le gustaba mucho, justamente todo lo contrario que a Carlos, que bailaba más de lo que estudiaba, aunque lo poco que estudiaba le rendía mucho; se habían conocido a los trece años de edad, en la clase de Primera Enseñanza; mantenían durante años una correspondencia muy agradable, en la cual ella llevaba la iniciativa de salir juntos, tanto cuando quería ella como cuando  quería él, en realidad cuando querían los dos, normalmente si Enrique estaba de guardía, porque Carlos y Enrique se habían juramentado para que nunca una mujer rompiera su amistad y compañerismo, porque había compañeros que no se hablaban e incluso habían llegado a las manos por líos de faldas.
Inauguración de la Fiesta del Pote.

En cierta ocasión que Carlos y Enrique estaban embarcados y atracados en Ferrol, salieron juntos como siempre, y se fueron a la fiesta de El Pote de Maniños; después de tomar algo por los toldos, para pulsar  el ambiente. De pronto Enrique conoció a Rosa que era un chica murciana que al parecer estaba pasando el verano en Ferrol, una rubia natural de ojos azul cobalto, muy simpática y se pasó bailando con ella hasta las últimas piezas que tocó la orquesta, mientras que Carlos bailó solamente unas pocas con Lita, la amiga de Rosa una chica menudita casi escuálida que se había quedado sola tomando un vino bajo el toldo del chiringuito portátil.
Cuando apagaron y encendieron las luces del alumbrado festivo del recinto varias veces para indicar que aquello llegaba a su fin, Enrique, que estaba con Rosa  y Carlos, que estaba  casualmente con Lita, se reunieron, se despidieron después de saber que Rosa estaba pasando el verano en casa de Lita allí en Maniños y después de que Enrique tomara buena nota de la dirección de su  domicilio.
Ellos tomaron la lancha para volver a Ferrol y no hablaron en todo el tiempo, como si algo se hubiera roto entre los dos ¿algún juramento vulnerado?. Prácticamente solamente se dieron las buenas noches al separarse.

Al día siguiente, sin embargo, durante la comida, Enrique que sobresalía en Física y en Artes Marciales, le pidió a Carlos, que tenía las notas más altas de la Promoción, en asignaturas de Letras y particularmente de Literatura,   que le hiciera un borrador de  carta de Amor para Rosa, y entonces le habló algunas cosas de su tarde con ella en la fiesta de El Pote de Maniños, como que ya le parecía estar enamorado,  para ayudar en la redacción de aquel posible borrador de carta.

Carlos después de uno, escribió varios  borradores de cartas para Rosa, muchas cartas de Amor que supuestamente estaban ideadas  por Enrique, que fueron contestadas por Rosa puntualmente a la atención de Enrique y releídas una y otra vez también por Carlos para preparar nuevas misivas de Amor. Cada día que pasaba, Enrique se mostraba menos propicio a darle a leer a Carlos, las contestaciones  de Rosa y sólo ante la negativa de Carlos a escribir sin leer antes las respuestas, Enrique accedía a dejárselas leer. Así pasaron menos de dos meses a razón de una o dos cartas a la semana cada vez más amorosas y ardientes, mientras que Carlos y Enrique se iban distanciando; dejaron de salir juntos en principio porque Enrique se iba en busca de Rosa y Carlos iba a encontrarse con Ana  para llevarla al cine, porque a Ana le gustaba muchísimo el Cine.


La única relación entre Carlos y Enrique llegó a ser la imprescindible para mantener la correspondencia con Rosa. Carlos esperaba las contestaciones de Rosa impaciente y le respondía con vehemencia y rapidez. Las cartas llegaron a ser tres a la semana, durante el invierno, una correspondencia entre Marín y Cartagena, que había empezado con dos o tres cartas entre Ferrol y Maniños, porque terminado el verano se reabría para Carlos y Enrique un nuevo curso en la Escuela Naval, el último de Guardiamarina en la Escuela, y Rosa se había vuelto a su casa de  Cartagena. El verano se había terminado.

Ya en la Escuela, Enrique ni se preocupaba por  las contestaciones de Rosa, como si fuera un amor de verano, pero cuando Carlos le preguntaba si iba a seguir con ella parecía enfadarse ante la duda y naturalmente que iba a continuar con ella. Pero Carlos ya recogía las cartas de Rosa aunque no iban dirigidas a él, directamente de Plácido que era el conserje del Casino de Guardiamarinas, donde el Cartero entregaba las cartas para los Alumnos de la Escuela en una especie de lista de correos,  y ya le escribía a Rosa lo que quería sin la intervención de Enrique, que firmaba las cartas sin leerlas, cartas que ahora estaban escritas a máquina por deseo de Enrique que quería, o bien cartas cortas para copiar o bien  las largas de Carlos escritas a máquina para firmar. Las cartas de Amor a máquina son una aberración, pero Enrique no estaba ya por la labor de copiar para Rosa las cartas  interminables de Carlos, cartas que eran algo así:

Una carta cualquiera de Enrique (escrita por Carlos) a Rosa.

Queridísima Rosa:
Hasta me duele el alma de no verte cada día porque al principio de enamorarme de tí, contaba en días lo que me faltaba para estar juntos. Ahora cuento los minutos y el viernes que estaré contigo, que sé que te voy a ver, me parece que está en el fin del mundo.
Sueño continuamente con tus ojos y tu boca y cuando te dí el primer beso creí que el corazón se me escapaba del pecho.
Quiero pensar que mi beso te gustó aunque fue robado y que tu  también deseabas besarme.
Cariño mio, no me cansaré de repetir que te quiero, te quiero, te quiero y que pienso tanto en tí y en todo lo tuyo, que cuando me quedo absorto cosa que ocurre con frecuencia, todos saben en quien estoy pensando.  Mi amigo Carlos que te presenté en la Romería, me dice que se me pone cara de tonto. Dice también que tuve mucha suerte al conocerte porque eres muy guapa. Creo que me tiene alguna envidia a pesar de ser mi mejor amigo.
Tengo que decirte también que el sábado al abrazarte para bailar me di cuenta de que el perfume natural de tu cuerpo me embriaga y que cuando sentí tu cintura en mi mano supe que tendrás que ser mía  para siempre. Muchos besos y abrazos.
Te adora, Enrique. 



El simbolo eterno del Amor.


Una carta respuesta de Rosa a Enrique.

Querido Enrique:
Tus cartas me hacen soñar contigo hasta despierta, y sueño que me besas otra vez. Tu boca me vuelve loca de amor y vuelvo a leer tus cartas para sentirte cerca. Dios mío, no pienso en otra cosa más que en el deseo de que me acaricies el pelo porque esta soledad me mata. Quiero estar siempre contigo y que no te separes de mi lado.
Lo único que me consuela un poco, algo menos que verte,  es recibir tus cartas y por eso te pido que mientras no puedas venir para estar juntos  me escribas mucho más que ahora. Me has escrito diecisiete cartas y las he leído mil veces pero quiero más. 
Yo también te quiero mucho y deseo devolverte el próximo beso que me des. El viernes espérame donde siempre. 
Muchos abrazos de Rosa.    
El eterno Cupido de los amores pequeños.


A todo esto Carlos empezaba a tener la desagradable sensación de estar traicionando a Ana y no sabía que hacer, y cuanto  lo pensaba seriamente llegaba a la conclusión de que también traicionaba a Rosa, pero algo menos. ¿Dejar de escribirle a Rosa? No, porque le había prometido a Enrique mantener la correspondencia con ella y además le gustaba aquella correspondencia porque Rosa era tan buena escribiendo como Ana pero quizá mas atrevida ¿Contarle la verdad a Ana? No, faltaría también  a su promesa de no descubrir jamás aquel engaño. ¿Dejar de escribirle a Ana? Tampoco, esta era la solución que menos le gustaba, porque le agradaba muchísimo salir con Ana y no quería perderla.

Carlos decidió seguir  igual pero pensando en una tercera mujer para pasar el rato y no sufrir,  por aquello de "que la mancha de mora con otra mora verde se quita" y empezó a comportarse abiertamente como un hombre libre de compromisos. Así conoció a Patricia, que le llamó la atención porque se parecía a Ana. La conoció en el Casino de Marín, donde estaba con unas amigas comunes de los dos. Después de las presentaciones, bailaron, cenaron juntos en el mismo casino y siguieron bailando hasta que Carlos se tuvo que ir, no sin antes quedar de acuerdo para verse al día siguiente. La  Puerta Monumental de Entrada a la Escuela Naval estaba como quien dice  en la acera de enfrente del Casino, por lo que Carlos pudo aprovechar al máximo su libertad del fin de semana. Patricia era una extraordinaria mujer de ojos negros profundos y pelo negro rizado en abundante larga melena. Alta como el mismo Carlos pero que parecía mucho más baja a su lado, cuando no calzaba zapatos de   tacón, ni cuando Carlos se ponía la gorra. Patricia era una estudiante universitaria de Santiago que estaba pasando unos fines de semana en casa de unos parientes de Marín, de una belleza espectacular, tanto por su armoniosa figura como por su cara y su melena. Era tan despampanante que algunas amistades de Carlos  que conocían la descripción que él hacía de ella, la vieron en Santiago por la Rua de Petin y le preguntaron si se llamaba Patricia y si conocía a Carlos. Pues si, que era Patricia, y además añadió de su cosecha  que conocía a Carlos,  porque era su novio.
Patricia, que era de armas tomar,  y Carlos que era algo impulsivo, quemaron al alimón el incipiente Amor que podría crecer muy grande entre los dos si lo cuidaran, pero en poco más de cuarenta días lo agotaron. Ella le confesó que estaba reñida con su novio pero que deseaba volver con él y él le habló de Ana, de sus cartas y de lo que se parecían fisicamente las dos, y que también la echaba de menos. Y se dejaron, ¡Adiós! - dijo ella - ¡adiós! - dijo él.

A todo esto, Carlos y Enrique se reunían solamente  para el ritual de firmar las cartas para Rosa y el tiempo devolvió a Carlos a la rutina de siempre: mantener dos correspondencias, una con Ana, la importante, y otra con Rosa, la abundante, pero que le hacía sentirse halagado.
Muchos enamorados están en las nubes.
De pronto, un día, Carlos  se encuentra la última carta que le había escrito a Ana, devuelta con un sello estampado que decía DESCONOCIDA con la firma del cartero de siempre. Y así le devolvieron hasta diez cartas que Carlos le escribió a Ana cada vez más angustiado.
A Carlos le empezó a salir un sarpullido en la cara y se fue al médico a pedir un permiso para no afeitarse. El médico, especialista en veinteañeros, porque Carlos tenía veinticuatro años,  antes de hospitalizarlo, que ésta fue su decisión, le preguntó si estaba enamorado,  lo que Carlos no tuvo más remedio que reconocer, pensando en Ana pero hablándole al doctor  de Rosa, porque Carlos tenía una cierta algarabía mental en este asunto.  El caso es que una semana en cama bien cuidado por las hermanas de la Caridad, de la plantilla del Hospital de la Escuela Naval, se le curó el sarpullido, y Carlos bajó desde la colina donde estaba el Hospital y se dirigió al Casino a recoger la carta de Rosa, pero Plácido le dijo que habían llegado dos cartas y que las había recogido el mismo Enrique. Carlos casi tiene un ataque furibundo de celos y se va a buscar a Enrique, a pretexto de preparar una nueva carta dirigida a Rosa, y Enrique le dice que ya no quiere que le escriba cartas, ni borradores, que ha decidido hablar con ella directamente llamándola por teléfono un día a la semana. 
Carlos para olvidar, se refugió mucho más en el estudio y algo en el deporte y en ejercicios militares, saliendo a la calle exclusivamente para ir al cine con otros compañeros aficionados también al séptimo arte. Ya no se ocupó para nada de Enrique ni de Rosa, porque había compañeros mas tratables y con las mismas aficiones y sobre todo pensaba más en Ana y en reconciliarse con ella. Y así llegaron las vacaciones de verano. 
Carlos de vacaciones en Ferrol, le paseó la calle a Ana para encontrarse con ella, todos los días durante Julio y parte de Agosto infructuosamente. Una amiga de Ana que lo vio allí de guardia,  le dijo que ella estaba loca por él pero que no le perdonaría lo de Patricia  hasta que él demostrara que Patricia no significaba nada, en respuesta él le pidió a la amiga de Ana que le dijera que se lo demostraría saliendo juntos.   
Y llegó la fiesta de El Pote otra vez, y allá se fue Carlos, y allí estaba Rosa con Lita, y no estaba Enrique; Carlos se acercó a Rosa y se sentó con Lita y con ella Y tomaron vino del Ribero en taza, que manchaba de rojo morado todo lo que tocaba, para acompañar unas tapas de pulpo a la feria riquísimo. Con el calor propio del pulpo y del vinito hecho en tonel de roble, empezaron a hablar de Enrique, a solas Rosa y Carlos, mientras bailaban, y Rosa le dijo que Enrique era un bluff, que había roto con él porque  se sentía engañada y casi estafada, porque él había estado haciéndole ver  que era tierno y amoroso por carta, y que tenía nobles sentimientos hacia ella, por lo que ella había accedido a comprometerse con él, pero que en la práctica era un patán zafio, que solo buscaba meterle mano; me dijo que guardaba sus cartas porque le gustaban mucho, como piezas literarias (añadía) , y porque él no le devolvía las escritas por ella ni una pitillera de Alpaca que le había regalado, mientras que ella le había devuelto  una pulsera y una pañoleta que él le regaló por Navidad. Carlos no se atrevió   a decirle que casi todas sus cartas  las tenía él sin saberlo Enrique, ni que Enrique, que no fumaba, le había regalado la pitillera a su hermano que era un fumador empedernido. Carlos tampoco supo decirle que había estado medio enamorado de ella, porque era un amor basado en mentiras y engaños. Se quedó callado hasta que Rosa le preguntó si le gustaba su amiga Lita, y lo invitaba a seguir bailando pero con Lita porque seguramente a ella le gustaría mucho bailar con él.  Se sentaron con Lita, y Carlos ya no bailó más ni con una ni con la otra, y terminó la Fiesta cuando se apagó y se encendió el alumbrado varias veces para avisar como siempre. Carlos se fue a la lancha y se volvió en silencio a Ferrol, pero esta vez porque iba solo.


Y ¡Oh, sorpresa! en casa tenía una carta de Ana invitándolo a salir con ella, como hacía siempre, como si nada hubiera pasado. Y Carlos volvió a salir con Ana y fueron juntos a Pontevedra a una fiesta de gala en la Escuela Naval y estando allí, de pronto Carlos se puso pálido y no sabía como sentarse, porque Patricia más guapa que nunca vestida de largo,  venía hacia él, - Preséntame a tu novia - dijo - que es tan guapa como me dijiste - y dirigiéndose a Ana continuó - Soy Patricia y quise robarte el novio  pero él no quiso. Después fue a buscar a su marido, hizo las presentaciones y se sentaron,  con Ana y Carlos. El peso de la conversación lo llevaron Ana y Patricia, muy animadas y Carlos estuvo más callado que cuando se volvía a Ferrol desde Maniños solo en la lancha. Carlos las miraba cada vez más sorprendido,  pensando en lo raras que son las mujeres.
Enrique se casó con una rica heredera potencial de unos viejos emigrantes que retornaban de Cuba...
Más tarde Carlos y Ana se casaron, fueron muy felices, tuvieron hijos muy guapos y muchos años después Carlos se quedó viudo. Y se quedó muy solo, muy triste  y muy débil porque enfermó del corazón a causa de su pena.
Y nunca más buscó pareja para casarse otra vez. Y pasaron muchos años.

Cierto día recibió  una llamada telefónica inesperada y misteriosa que con voz de mujer le preguntaba si se acordaba de la chica que se estaba ahogando en la Gándara, - y añadía - Pues era yo. Que tú me has salvado y que tu novia me secó y abrigó, en medio de toda la gente que se reunió allí.

Hacía muchos años que Carlos no recordaba aquello de lanzarse  a rescatar a una chica en la Gándara, pero su sorpresa todavía fue mayor cuando la voz siguió preguntando:
 - ¿Y sabes como me llamo? - Pues la verdad no - le contestó Carlos -  Pues soy Lita, la amiga de Rosa, y antes de salvarme habías bailado  en El Pote conmigo... ¡Anda! ¿Y como no me dijiste en la Gándara que eras Lita ? No te reconocí porque parecías una niña mucho más joven, con aspecto de pito mojado. - dijo Carlos y ella contestó -  Porque  estaba enamorada de ti y tú muy enamorado de tu novia. - Y que fue de tu vida desde entonces  - preguntó Carlos - Pues  me casé con un Alumno tuyo para saber de ti, ahora estoy viuda...y sé que tú también estás viudo. Sigo enamorada de ti a mis casi ochenta años, desde los dieciocho... pero soy bastante más joven que tú.
Carlos se quedó más callado que en la lancha de Maniños aunque aquello no tenía nada que ver... y Lita colgó.

Carlos quedó a la espera de nuevas llamadas de Lita que nunca llegaron y poco después se dio cuenta de que su familia estaba bloqueando  e interviniendo sus llamadas telefónicas... quizá porque los viejos no tienen derecho a enamorarse otra vez... y Carlos murió solo en su casa de la playa, a donde lo llevaron sin teléfono y sin esperanzas...    





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